El amor al Corazón de Jesús y la configuración con Él, son el horizonte y sentido de nuestra vida. Al hablar del Corazón de Jesús, hablamos del centro de su persona, donde se albergan y brotan los más hondos sentimientos e ideales. Del Corazón de Jesús brota el amor apasionado a Dios, su Padre, su infinita misericordia por los más débiles y pecadores, su cariño y ternura con las mujeres, los niños, los marginados… que le movían a actuar y llevar la buena noticia de su persona y de su vida a todos cuantos se acercaban a Él.

El corazón constituye el centro simbólico de la persona de donde surgen los más hondos sentimientos e ideales, donde se enraízan las opciones vitales y se toman las decisiones más comprometedoras. Un anhelo de las Religiosas del Apostolado es que su vida se configure según el Corazón de Jesús, dejando que Su modo y estilo transformen todo su ser y quehacer .

Constantemente pedimos a Jesús que nos enseñe su modo de ser, su manera de acercarse a los demás, su capacidad para hacer sentir a los demás que son valiosos y dignos. Muy dentro de nuestro ser, mientras avanza la vida y se presentan aciertos y fracasos, repetimos en nuestro interior una y otra vez: Corazón de Jesús, en ti confío. Y también, en medio de situaciones que nos hacen descubrir nuestra fragilidad, le decimos: Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo.

En verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna